martes, 28 de septiembre de 2010

Empresas en Los Juzgados

Los propietarios de marcas celebres como Miau, Inoxcrom o Pulligan se han visto obligados a solicitar el concurso de acreedores. Un camino que también han seguido compañías emblemáticas como bermejo, el primer fabricante de espadas de Toledo.
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Son el símbolo de más de un siglo de historia económica en España. Al evocarlos, sus nombres se enredan en la memoria y nos traen, súbitamente, el recuerdo de la última vez que los vimos en el escaparate de una tienda, en las estanterías de un supermercado o en los cajones de nuestras casas. Latas de atún Miau, jerseys de Pulligan, bolígrafos Inoxcrom, folios A-4 con la marca de agua de Galgo, vajillas de Pickman La Cartuja…

Estas enseñas, que hasta ahora sólo tenían en común sus muchas décadas de vida, se han encontrado ahora en la puerta de urgencias del Juzgado de lo Mercantil, tras verse abocadas a declararse en concurso de acreedores. La competencia china, la falta de liquidez o la crisis particular de cada uno de sus sectores han acelerado su deterioro. Como música de fondo, suena el derrumbe del negocio inmobiliario, cuyos cascotes también han golpeado sus cuentas.

Un clásico
El caso de la conservera Bernardo Alfageme es paradigmático. Su origen se remonta a 1873, cuando este linaje empresarial trasladó su negocio desde Candás (Asturias) hasta Vigo, atraídos por la industria de envases de hojalata de la ciudad gallega, un aliado fundamental para comercializar salazones. El auge de la compañía se materializó en la construcción de una nueva fábrica en 1928, que aún hoy es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura industrial de Galicia.

Tras ser uno de los tres grandes del sector conservero (junto con Calvo o Escurís), la quinta generación de la familia decidió traspasar la sociedad, que cayó en las manos del grupo inmobiliario Promalar. Dos años después, se declaraba insolvente con más de 40 millones de deuda.

Compañías emblemáticas del siglo XIX, como la naviera Trasatlántica o Pickman La Cartuja, están en un punto crítico

“La situación era complicada, pero no vendimos una empresa arruinada”, afirman fuentes del clan Alfageme, que añaden con nostalgia: “Nos hemos criado en la casa que construyeron nuestros antepasados en el interior de la fábrica, y hay trabajadores que llevan décadas vinculadas a la empresa, por lo que vemos con tristeza y dolor lo que está ocurriendo”.

Hechos aparentemente azarosos originan marcas que perviven en el subconsciente. El voraz aullido de los gatos frente a las sardinas inspiró Miau; y la unión del nombre de las dos prendas más en boga en el Londres de los cuarenta –el pullover y los cardigans–, dieron lugar a Pulligan.

Símbolo del textil
Esta empresa catalana, fundada en 1885 por la familia Jover, se hizo con el liderazgo nacional en la década de los cincuenta tras lanzar al mercado el jersey de punto menguado. A principio de los ochenta sufrió su primera gran reconversión, al despedir a 900 empleados sobre una plantilla de 1.800.

Joan Canals, el director general que lideró este proceso, adquirió posteriormente la sociedad. A partir de entonces, comenzó un nuevo proceso de crecimiento marcado por la compra de otras firmas emblemáticas (Meyba); la entrada de socios inversores (el fondo británico de capital riesgo 3i); o la deslocalización de la producción a Marruecos.

Su entrada en el siglo XXI estuvo lastrada, de nuevo, por una racha a la baja. En 2006, para obtener liquidez, vendió su fábrica de estilo modernista en Canet de Mar a la inmobiliaria Aisa, que se comprometió, a cambio, a edificar unas nuevas instalaciones para Pulligan.

El taller de forja de las espadas más antiguas de Toledo ha sucumbido por los estocazos de la competencia china

El desplome del ladrillo ha dejado esta obra a medio construir y la caída del consumo ha obligado al grupo a suspender pagos con un pasivo de 20 millones. Su filial marroquí se ha salvado del proceso.

La estilográfica de moda
Al igual que la etiqueta Pulligan, otro gran logro del márketing intuitivo de los viejos capitanes de empresa procede de la combinación de dos palabras: inoxidable y cromado. Es decir, Inoxcrom.

El creador de este bolígrafo, Manuel Vaqué Ferrandis, inició la actividad de la firma con un taller de fabricación de plumillas en los años cuarenta del pasado siglo. Desde allí, lanzó su famosa marca . El éxito de la Inoxcrom 55 –como la bautizó– rebasó fronteras. En 1965, se decidió a fabricar el primer bolígrafo.
Se convirtió en uno de los regalos favoritos de la Comunión para los niños de los ochenta y pronto se hizo un hueco en el mercado internacional, con una producción que alcanzó los 150 millones de bolígrafos al año.

Tras la muerte de Vaqué Ferrandis, en 2003, nada volvió a ser lo mismo. Las disputas entre sus herederos por el control de la empresa empeoraron su situación económica y, el pasado mes de noviembre, pidió cita en el Juzgado de los Mercantil, con un pasivo de 24,2 millones.

398%: Es el alza desde 2005 de la propensión de las firmas españolas a entrar en concurso en los últimos cuatro años, según EAE Business

Y es que, en esta crisis, han naufragado negocios que parecían eternos. Es el caso de Espadas Bermejo, la fragua toledana fundada en 1904 por un artesano que había forjado su vocación en la Fábrica Nacional de Armas Blancas de Toledo.

Esta compañía era, hace sólo unos años, líder mundial en la manufactura de sables, espadas militares y estoques de torero. Entre sus clientes, se encontraban los cadetes de la mítica academia militar de West Point (Nueva York), la Policía Montada de Canadá o los ejércitos de Argentina, Brasil, Chile y México. Pero la competencia en costes de China le ha empujado, también, a elegir el camino del concurso.

Invierno financiero
Junto a ellas, un buen grupo de viejas sociedades, que habían llegado achacosas al siglo XXI, no ha podido aguantar el invierno financiero. Una marca mítica como las vajillas de Pickman La Cartuja (la primera firma moderna de cerámica y loza artística de España), aguarda en los juzgados. La naviera Trasatlántica, fundada en 1881 por el Marqués de Comillas, también ha sucumbido en esta tormenta.
La mayoría de estas enseñas ha puesto en marcha planes para reflotar sus cuentas y evitar la liquidación: y hay también grupos inversores interesados en recuperar las marcas más prestigiosas. Pero sólo el futuro nos dirá cuáles de ellas serán capaces de vivir, quizás, cien años más.

Viajes Marsans, el caso más sonado
La antigua empresa de Gerardo Díaz Ferrán, presidente de CEOE, es uno de los mejores ejemplos de estas empresas seculares cuya insolvencia les ha puesto en riesgo de desaparecer. Decana de las agencias de viajes, Marsans fue la primera sociedad de estas características que obtuvo licencia para funcionar en España.

Su historia comenzó a escribirse en 1910 en los números 2 y 4 de la Rambla de Canaletas (Barcelona). En esa dirección, estaba situada la sede de Banca Marsans, un negocio familiar. Hasta entonces, el turismo había pasado completamente desapercibido para los empresarios españoles, pero la apertura del Hotel Ritz de Madrid ese mismo año y el creciente flujo de viajeros en Europa llevaron a la entidad bancaria a apostar por este nuevo nicho de negocio, con la creación de una nueva división: Viajes Marsansrof.

En 1964, los fundadores vendieron la empresa al Instituto Nacional de Industria (INI), con Manuel Fraga como ministro de Información y Turismo, que ya contaba con otras compañías como Renfe, Iberia, Aviaco y Paradores, entre otras. En 1985 toman el control del grupo Gerardo Díaz Ferrán y Gonzalo Pascual.

Víctimas de la construcción con rancio abolengo
El crash de la construcción ha empujado al abismo a numerosas empresas vinculadas a este sector desde hace muchas décadas, donde la caída de la actividad y, sobre todo, los impagos por parte de los grandes contratistas, se han cebado con compañías que podían presumir de tener un rancio abolengo dentro de este negocio, mucho antes de la época del boom.

Es el caso de la centenaria Cerámicas Diago, con sede en Castellón desde 1908, una compañía que pertenece a Fernando Diago, que ha estado al frente de la patronal española del sector cerámico. Otra compañía histórica vinculada a la actividad constructora es la sevillana Derribos Pavón, que ha sucumbido bajo el peso de la piqueta de los impagos. Esta enseña es bien conocida en la capital hispalense por la relevancia de los edificios que, a lo largo de las décadas, se han desplomado bajo el peso de sus máquinas.

“El único día que entré en la Universidad, la derribé”, decía su fundador. Era literal: tumbó el antiguo templo del saber de la sevillana calle Laraña. También tiró, a finales de los 60, el palacio de los Sánchez Dalp sobre el que hoy se levanta El Corte Inglés de la Plaza del Duque; y derribó el histórico hotel Madrid, media Plaza Nueva y decenas de palacios y casas del casco antiguo, lo que le valió que el escritor Joaquín Romero Murube lo llamara “el verdugo de Sevilla”.

Ahora, el impago de las constructoras le ha empujado a la quiebra. Con más de 100 años de experiencia, también ha entrado en barrena Jher, una de las decanas del sector nacional de la madera. Sus orígenes se remontan a 1898, en un pequeño taller familiar de la localidad vallisoletana de Íscar. Faustino Herrero puso los cimientos del negocio elaborando manualmente puertas y ventanas.

Pero el punto más alto del negocio llegó con su hijo Jesús y la fundación de Jher como sociedad anónima en 1984. En unas instalaciones de 50.000 metros, su apogeo industrial llegó a comienzos de 2000, con 250 empleados. Su final se asemeja al de muchos de los grupos que trabajaban para las inmobiliarias. Desde 2006, la morosidad de clientes deterioró gravemente su balance hasta que, finalmente, le arrastró a la insolvencia y se vio abocada a enfilar el camino del Juzgado de lo Mercantil.

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